Siglo XXI, o la era de las prisas, el stress, la falta de tiempo, la corrupción, la hipotética libertad de expresión, los trastornos y el mal ejemplo. ¡Pero qué mal empiezo y qué mal pinta la cosa! Pero no todo es malo, claro que no.
También vivimos en la era de la explosión y avance de la tecnología, la comunicación digital, smartphones y demás sucedáneos, las redes sociales… ¡Y de redes sociales va la reflexión!
Cuando digo redes sociales no puedo evitar echar la vista atrás y recordar aquellos inicios en los que conectábamos con nuestros amigos/as, compañeros de trabajo (jefes no😁), familiares, a través del entrañable chat del messenger de msn. ¿Lo recordáis? Esos zumbidos a primera hora de la mañana, los buenos días, el cotilleo de turno, esa ventanita que subía en una esquina de la pantalla y que tanto nos alegraba el día. Tal vez porque era el ansiado mensaje que esperábamos de esa persona especial… Sinceramente, nos encantaba messenger.
A partir de ahí llegó la vorágine de los chats de grupos y el despertar de Facebook. Inicialmente, Facebook era la red social perfecta para conectar con aquellas personas que apenas teníamos contacto, pero que formaron parte de nuestras vidas. Antiguos amigos del cole, instituto, ese familiar que vive al otro lado del charco y que se comunica mucho en la red social, pero cuando viene a tu ciudad ni se digna a contactar y un largo etcétera de contactos, bueno, los «amigos» de Facebook.
Y entre tanto ‘boom’ de amigos virtuales, surgen las páginas de contactos o búsqueda de flechazos, esas páginas en la que pones tu perfil personal (algo no muy acorde con la realidad) y por supuesto tu mejor cara (con unos cuantos filtros), aunque de fondo se vea el rollo de papel de vater, la cortina de baño, etc… Unas páginas un tanto agridulces, tal vez por la desilusión que te llevas al ponerte cara a cara con la realidad cuando ves que no era lo que esperabas. De todas formas hay que reconocer que no todo es tan malo y al final acabas ganando alguna que otra buena amistad. Vamos a quedarnos con lo bueno.
Mientras el mundo de las relaciones virtuales iba ‘in crescendo’, los medios y dispositivos también han ido avanzando, empezando por los teléfonos móviles. Esos teléfonos que solo te permitían enviar eternos sms, sin imágenes, porque sino la compañía de telefonía te daba el sablazo en la factura. No tenían conexión a internet y el WiFi estaba por llegar. Estábamos en la era del router. ¿Lo recuerdan?
Entonces aterriza el WiFi, smartphones, tablets y demás. ¡Viva la conectividad! Explosión de euforia, aparición de nuevas redes sociales (Twitter, Instagram, Snapchat…) que acaban hipnotizando a la sociedad y van generando nuevas tendencias.
Es el momento en el que todo da un giro social, el momento en el que el uso de las redes se convierte en una necesidad prácticamente vital. El momento en el que necesitamos compartir la foto del café, ese selfie en la playa o en el barito de moda, los pies en lugares donde el pavimento es el protagonista. Una necesidad de ser vistos, aceptados, la búsqueda de la interacción, de la aprobación, y ya ni hablar de los ansiados likes o corazoncitos de Instagram, sin darnos cuenta de que todo esto se ha convertido en una constante vital en nuestro día a día.
El día a día de las redes sociales se ha convertido en un lugar donde el desahogo, las penas, las alegrías, decepciones se expresan libremente. Bueno, lo de la libertad de expresión por desgracia ya es algo cuestionable, no sea cosa que nos penalicen o arresten.
Compartimos comentarios, enlaces, sentimientos, ideologías, críticas, opiniones con miles de personas, pues aunque no nos demos cuenta, cada post, cada entrada, cada tweet, foto, tiene un alcance, unas impresiones, llega más lejos de lo que podamos imaginar. Consecuencia: recibimos respuestas, comentarios de apoyo, comentarios que discrepan, a veces faltas de respeto, lo cierto es que alguien forma parte de nuestras acciones.
A veces me parece que todo esto fuese como un psicólogo virtual. ¿Cómo lo veis? Yo lo veo bien, moderadamente hablando.